Ante el 5 de junio

 

Una feroz incertidumbre sacude a los privilegiados, que tiemblan por la suerte de sus prebendas. Aún sabiéndolas injustas y desmesuradas, las consideran un derecho privativo, irrecusable y sacrosanto. La desesperación les aconseja infundirnos sus pesadillas, para que resignemos nuestros sueños. Ser egoístas con el bienestar, pero desprendidos con sus miedos, revela la medida exacta de su chatura y miopía. Incapaces de renunciar a un pelo de su bonanza, se desviven por compartir y socializar sus mezquinos temores. Con sus monedas movilizan lacayos -escribas y portavoces-, que agiten los fantasmas del desastre económico, la democracia amenazada y la libertad de prensa en riesgo, aunque bien saben que son disyuntivas falaces. Porque el verdadero dilema del 5 de junio no es económico, ni siquiera político, sino esencialmente ético: Como pueblo, ¿repudiaremos la corrupción y el autoritarismo, con acerada dignidad y sin vacilaciones bizantinas, o claudicaremos con miserable resignación, ante los fuegos fatuos que intentan obnubilarnos? ¿De nada sirvió el asco unánime que sentimos el 2000 al ver cómo los billetes mal habidos de la dictadura cooptaban “demócratas” venales y compraban “medios independientes” para convertirlos en dóciles marionetas y panfletos de una reelección ilegitima? ¿De nada sirvió la indignación colectiva de ver a la dictadura convertir la violación sistemática de los derechos humanos en una política de Estado?
Creo que sí valieron y sirvieron. Ese asco y esa indignación siguen vigentes, como expresión auténtica de nuestra textura ética y moral. Están allí, a flor de piel, adormecidos quizás y ofuscados por los cantos de sirena de los sofistas por encargo que intentan extraviar nuestro rumbo social, en provecho exclusivo de sus patrones. Por eso, en esta hora crucial, quienes postulamos una verdadera democracia y estamos convencidos de que una propuesta política sin ética ni principios, sin contenido humano, es inaceptable y sólo cabe repudiarla, sentimos el deber de expresar, compartir y
sustentar abiertamente nuestra opción y nuestro voto:

El 5 de junio, votaré por los humillados y ofendidos de siempre, que nunca perdieron ni la esperanza ni la dignidad. Votaré contra los poderosos, los políticos oportunistas, los rastreros medios de siempre, que quisieran torcer la voluntad  mayoritaria de los peruanos. Votaré con la candente indignación de ver cómo esos enemigos del pueblo confabulan y se coaligan promoviendo sin pudor el retorno de la mafia, ungida por ellos como la guardiana y escudera de sus ilegítimos privilegios.

Votaré por la razón, porque el miedo irracional de los poderosos me reafirma y fortalece. Votaré contra quienes practicaron una democracia pervertida (torpe, excluyente e injusta) y ahora se proclaman diligentes acólitos del autoritarismo corrupto y mafioso, como el patético panadero que “sólo servía para cortar el salami” del dictador y su cómplice. Votaré asimismo contra los miserables falsarios de alquiler, que cada domingo peroran democracia, justicia
y legalidad con abyecto cinismo, para inducirnos a legitimar al dictador asesino y corrupto.

Votaré por los derechos humanos, que no son ninguna cojudez, como pontifica el fariseo purpurado, sino una piedra angular de la democracia. Votaré contra la intolerancia perversa de los opus y las opas, que desprecian el diálogo, persiguen la disidencia y satanizan la diferencia, porque, en verdad os digo, ellos no tienen sed de justicia, sino de saqueo, de venganza y de impunidad.

Votaré por la libertad, con el pertinaz optimismo que me salva de claudicar en la cobarde resignación. Votaré por la integridad, para que no se restaure la servil obediencia de los eunucos, ni nadie tenga miedo de decir su verdad, sus críticas y desacuerdos, aunque incomoden a los poderosos. Votaré contra la impunidad prometida a los pillos, delincuentes y asesinos, de antes y de ahora.

Votaré con el recuerdo lacerante de la Cantuta, de Barrios Altos y de todas las víctimas del terrorismo estatal, para que no vuelvan quienes piensan y proclaman ufanos que gobernar mejor es matar menos. Mi voto será un estentóreo e  intransigente grito de repudio y rebeldía, para que nunca más nos suceda otra década ominosa,
sangrienta y putrefacta. Mi voto portará la irrevocable esperanza de que el día siguiente nos depare un amanecer promisorio y despejado, donde los peruanos podamos mirarnos la cara sin la vergüenza atroz de haber cometido un suicidio moral. Entonces sabré que optamos con dignidad y que somos muchos, que somos más, tantos que juntos podremos acometer el inmenso desafío de labrar un futuro compartido, porque nos habremos mostrado dignos
de un destino merecido, en un Perú incluyente y más justo, de todos y para todos los peruanos.

RAUL FIGUEROA MUJICA

Este no es mi artículo, ni tuve nada que ver en su creación, lo publico aca, porque lo consideré justo y apremiante. Fué escrito por alguien que respeto y considero mucho. Disfrútenlo, o excecrenlo, los respeto.

Un pensamiento en “Ante el 5 de junio

Deja un comentario